jueves, 29 de noviembre de 2007

UN CUENTO CHINO

No es cierto que mis relatos los escriba un “negro” contratado a tal fin, pero reconozco que tengo en nómina a un chinito vietnamita que me corrige el estilo y proporciona a mi fofa prosa el verde antipirético del arce de las montañas, el estimulante poder del ginseng rojo y el tono multicromático de las orquídeas salvajes. Jochimín, que así se llama mi pequeño estilista ha entrado en un estado melancólico, quizá algo depresivo porque piensa que le estoy engañando con el salario y que merece una mejora sustancial en sus emolumentos.

Pienso yo que el pago no es escaso pero tal vez debería cambiar la divisa en que le remunero y darle euros en vez de guanes de su país, con los que en esta españa cañí y atrasada no puede comprar el kilito de arroz SOS ni las bolsitas de te jazmín que tanto le gustan. Está claro que la occidentalización del proletariado asiático ha cambiado su perspectiva vital y pretende chantajearme diciendo que el arroz partido que le proporciono gratis total, habitualmente usado en la alimentación de nuestros queridos canes, se le queda blando al cocer y hace imposible la difícil empatía comida-palillos necesaria para su alimentación.

Le propuse la cuchara como remedio a sus males y le hice una demostración de uso tomado de su cuenco algo parecido a un arroz con leche desvahído, algo así como una "ratau perifoie" albina que pudiera servir, tanto de alimento en el corredor de la muerte donde no prima el aspecto ni la nutrición, como para sujetar dentaduras postizas. No tenía mala pinta y decidí, en aras a que entendiera su funcionamiento, introducirlo en mi boca. Al instante comprendí el significado de la frase “purga de benito”, aún desconociendo quien pudiera ser el susodicho individuo. Mi querido Chimín se negó en rotundo a utilizar artilugios cóncavos para la manduca porque podría cabrear a algún dios pagano, tan tiquismiquis ellos.

Es por ello que le he propuesto que escriba un breve relato, bien remunerado con los beneficios que adsense proporciona y que se repartirán a diez-noventa. Diez por ciento para el creativo y noventa para mí por el gasto que me supone contratar el oneroso espacio web que pago y que me deja la cuenta como una sucesión de conjunciones copulativas. Ni euros Ni dólares Ni puñetas.

Os dejo en manos de Jeremías Guaa, su nombre artístico en Español. Solo Buda sabe porque eligió tan profético nombre.


课•程•背•景前

人员,是客户了解我们最初的窗口,其言行举止与综合素质,将是公司形象直观
前台接待礼仪看似微不足道,实则十分重要,但现实中,绝大多数前台人员没有
练,将无法从全方位角度认知自己工作的重要性;在所从事的工作中感觉缺乏理论支持;工作中总是被动行事,不能主动掌握工作节奏;想努力提升工作的效益,但却不知从何处下手,如
何节省;这些都是每个前台人员所面对与困惑的,如何把握正确方向从而迅速提升自身职业素 养,成了我们必须面对与解决的课

Como podéis observar cada línea consta de dos hemistiquios marcados por una fuerte cesura, en cada uno de los cuales hay dos sílabas tónicas separadas por dos átonas. Esta estructura acentual tan marcada hace que el escritor deba en muchos casos modificar la sílaba tónica de algunas palabras, según las figuras retóricas de la sístole, utilizando una lengua literaria que se desvía de la natural.

Dada la concisión y su evidente valor literario ruego a los lectores que postuléis a Guaa como próximo premio Planeta. Hemos firmado un contrato en el que le pagaré, si gana, cien mil europesos mejicanos que me sobraron del jonimun cuando Cancún tenía solo un hotelito llamado Hostal Los Tórtolos.

martes, 27 de noviembre de 2007

CONTROL POLICIAL

Hace unos días leí en la prensa que a un restaurante de Segovia en el que como con una cierta frecuencia le habían concedido una estrella Michelin. El sitio en cuestión se llama Villena y está en plena plaza mayor. A diferencia de otros, se dedica a un tipo de cocina algo más evolucionada que los asados castellanos que tanta gente mueven los fines de semana. No te preocupes, Rioyo, que te mandaré la cuenta de la publicidad.

Esta misma mañana, andaba yo algo desorientado, apático, como si tuviera un golondrino en el cerebro que me presionara la función trabajadora y a eso de las doce decidí terminar mi jornada laboral, así, porque me daba la gana que para eso uno es autónomo y lo mismo se enjareta una jornada de 15, que se abandona a la dulce holganza un martes cualquiera con la única excusa de ser día ventisiete.

Llamé a un amigo y algó pasó en la conversación, pero solo recuerdo que quedamos a comer en el restaurante galardonado, algo parecido a aquella vez que a las cuatro de la mañana a alguien le pareció divertido desayunar en Santander, y allí fuimos tres dementes en un ocho y medio a ver amanecer en la playa de la Magdalena.

A eso de la una cogí mi japo y enfilé la A6 a esa velocidad que si te pescan no pena cárcel pero te alivia la cartera y de los puntos, una docena concedida, no quedarían suficientes para un revuelto para dos. Eso sí: la autopista sólo para mi menda y algún camión de derechas chupando arcén y resoplando en las cuestas.

Una hora es el tiempo establecido y cincuenta minutos pasaban cuando vislumbré la hermosa catedral, la mía, entre nubes grises y un chisporroteo de lluvia fina, casi aguanieve que me hizo pisar el freno. De pronto, los dos carriles se convirtieron en uno por obra de unos conos y pude ver al final, el chaleco chillón de un agente de la ley que con una especie de zanahoria luminosa, desviaba el tráfico a una fila donde se apreciaba un cartel que decía CONTROL.

Hice un repaso mental para cerciorarme de que no había tomado alcohol. No me resultó fácil pero al final recordé, cosa rara en mí, que soy casi abstemio desde hace años. Entonces me preocupé de la medicación por si alguno de los comprimidos que tomo pudieran incluir alguna sustancia dopante y me tranquilicé al pensar que la vitamica C, el gelocatil y la loción de afeitado “Abrótano Macho” no están incluidas en las listas de psicotrópicos de la DGT.

Soporté varios minutos de cola y me llegaba el turno. Sonaba en la radio “Mas chutes nooo, ni cucharas impregnadas de heroiiiína” de los Chichos y lo consideré un mal presagio. Al ver la cara del policía me horroricé. Era choricín. Aquel niño tierno que era como la mascota del colegio, pequeñito y colorado como un cantimpalito. Ya credido, poco, pienso yo que sin mayores ambiciones, aprobó para policía municipal y puso tanto empeño en el cumplimiento estricto de la ley, que tiraba de libreta más rápidamente que Harry el sucio, hasta el punto que se le cambió el nombre y pasó a llamarse Choricop, todo chorizo pero cien por cien policía.

Delante de mí, tres autos, tres, evitaron el control pero el agente clavó sus ojos sobre mi matrícula y me indicó el desvío a la derecha donde me esperaba, creía yo, el soplido del búfalo.

Hacía varios años que no me tocaba y aunque me sentía preparado, no tenía la misma confianza que cuando era un habitual de verbenas y fiestas de pueblo, aquellos controles agrourbanos donde siempre salía victorioso, excepto en alguna ocasión que el aparato estaba con seguridad en mal estado y el señor juez siempre se ponía del lado del uniforme en vez de hacerlo del lado de la razón del hombre honesto que quizás había tomado un chispazo antes de acceder a su puesto de trabajo en una humilde cochiquera o en un silo de cebada con un deportivo rojo y una jai dormida en el asiento de atrás.

Cual fue mi sorpresa cuando alguien tocó mi cristal derecho y en vez de un policía uniformado me encontré con un chiquilicuatre con barba de tres días y una especie de poncho peruano con un cuadernillo en las manos. Abrí la ventanilla y me informó que el control se debía a una acción municipal para responder a una encuesta sobre los hábitos de transporte de las personas que accedían a Segovia en coche y si cambiarían de opinión cuando el AVE estuviera en marcha. Encolerizado, maldije al alcalde y metí la primera con intención de huir pero tenía tráfico delante. Permití que me interrogara y después de varias preguntas estúpidas, llego la que colmó mi paciencia.

- Para finalizar, ¿Qué es lo que viene a hacer a Segovia?
- Pues, venía a atracar un banco, pero me han descojonado el plan porque pensaba hacer un trabajillo rápido, pero a la hora que es, seguro que han cerrado.

Y va el hideputa y me suelta:

- Pues otra vez será. Disculpe las molestias.

No pude comer en Villena. Esta semana se celebra el festival de tapas de cuchara, guisos y cocidos varios. Después de cuatro bares, estaba listo para el cortado y salir de naja. Antes de entrar de nuevo en la autovía, me llamó mi amigo y me contó que habían atracado un banco a última hora. Yo, de momento estoy tranquilo porque Jesús es un cachondo, pero por si acaso, me encanta el chocolate belga y el cava brut nature, si es que lo dejan meter en la cárcel.

sábado, 24 de noviembre de 2007

LA SIMPLIFICACION SIMPLIFICADA

Llevaba varios días escribiendo sobre una forma de vida por la que he optado y que me está dando buenos resultados. La llamo la teoría de la simplificación y es algo tan sencillo como subrayar un libro, separar la paja del grano, o si se prefiere, pelar la pava sólo con aquellas que tenga posibilidades de llevarme al huerto. Esta misma tarde estaba terminando de darle forma y lo imprimí para verlo escrito. En eso estaba cuando pasó mi sobrino Vicentito, miró el papel y me dijo.

- Tío, ¿Puedo leer eso que estás escribiendo?
- Claro, Vicentito.
- La sim-pli-fi-ca cion. ¿Qué es la simplifi-cación?
- Un método que uso para que las cosas sean más sencillas.
- Pues si para explicar lo que es sencillo necesitas 5 hojas, Cuántas necesitas para explicar cosas difíciles?

El cabrito del renacuajo me acabada de fastidiar una semana de esforzado trabajo con el que pretendía, desde mi turbia mente, resumir los males del mundo reduciéndolos a la anécdota. La cosa iba de malmeter a los periodistas con pluma fina pero opinión vendida, rebatir teorías conspirativas, e incluso una entrevista falsa con Al Gore, que caía en mi trampa y reconocía que, después de todo, el primer malandrín era él por contaminar más que mil de sus congéneres. Tengo que rescatar de la papelera un trozo de dicha interview que dice:

- Mr. Al Gore. ¿Sabe Vd, algún idioma, además del Inglés?
- Yes, No. I mean, un poquito españolo. Busqué traducción mi nombre en buscador de casa blanca, Whity buscador, you know, y puse Al Gore y no salir nada. Then puse Al y salió Al "Capone": mafioso. Luego, puse Gore y salió truculento, por lo que mio nombre en españolo es "mafioso truculento" No saber qué es pero suena muy funny, chistoso.
- Pues se lo podría traducir en nombres y apellidos, pero mejor lo dejamos por hoy.

¿Qué hacer cuándo determinada televisión te produce gases? Dejar la tele flatulenta. ¿Si alguien quiere arruinarme el día con chismorreos y malas intenciones? Le despido con una sonrisa y un amable “vete a tomar por saco” que a sus oídos suene como si le estuviera instigando a retozar con una rubia con dos pechos disparatados.

Ahora sé que aprendo más tomando un café con un viejo que con dos meses en la universidad, que lo superfluo no me llena, que prefiero un vino magnifico al mes que treinta malos y que la calidad es mucho más importante que la cantidad, incluso para el amor.

Resumiendo mi teoría, en esas reuniones donde la discusión alcanza un tono furibundo recurro al mismo argumento. Callar y si me preguntan, respondo lacónicamente: No puedo opinar, porque no conozco el asunto a fondo. Recuerdo que me invitaron a esa reunión pero no pude ir porque tenía la agenda muy apretada.

Entretanto, solo deciros que no deseo ferraris ni chalés, que los lujos dejan de serlo cuando se convierten en algo cotidiano y que soy bastante feliz, así simplificando mi vida. Aurrevoire

PD. Las cinco páginas no irán a la papelera. Me esforzaré un poco y haré un libro de autoayuda para forrarme un poco y comprarme un Porsche que me mola, ¡Nos ha jodido!

lunes, 19 de noviembre de 2007

Y LOS BURROS BAILABAN..

Aquel Viernes llegué de madrugada a uno de esos pueblos donde la taberna olía a pólvora de escopeta y plumas muertas de torcaz, chatos de vino de pellejo y al as de oros de la baraja macerada en saliva y anís, había que morderlo para cerciorarse de que no era falso.

Alquilé una habitación en un hotelito rural que fue en tiempos un antiguo molino de trigo. La gran muela redonda había abandonado el trabajo de pulverizar aquellos granos tan gordos que atragantaban a los jilgueros y se había convertido en una mesa de varios quintales, de superficie tan irregular que cualquier atavío de vajilla que se dispusiera en ella parecería la instantánea de una procesión de cojos.

Subí a la habitación y antes de acostarme abrí el balcón y me quedé mirando a una luna llena pequeña, muy brillante. Me recordó viejos tiempos, cuando vivía en aquel otro lugar del que salí para jamás volver. Aquellos anocheceres de charcas y ranas, de mis primeras cervezas a la espera de un beso fugaz que necesitaba como el comer.

Salió mi querida y me preguntó qué miraba y me puso sobre los hombros una manta porque la noche helada de aquel páramo estaba a punto de coagularme las lágrimas que empezaban a caerme.

- ¿En qué piensas?
- Todo me recuerda a mi juventud. Al horno de pan que asaba corderos los domingos, a los ostias que robábamos al cura y a las castañas asadas de la plaza. A los niños gitanos que iban descalzos y comían mendrugos con las naranjas que quedaban del mercado de los Jueves. Si, esos niños que con sus varas de avellano y los calzoncillos sucios por montura amaestraban a los asnos que les descabalgaban por las orejas. Así muchas noches de doma y cardenales, hasta que los burros bailaban.

- ¿Qué miras tan fíjamente?
- Esa luna chiquita y deslumbrante. No se necesita una luna grande para que sea hermosa, ¿Verdad?
- Claro que no, cariño, pero eso no es la luna.
- Allí, enfrente, entre esos árboles, ¿Acaso no la ves?
- Si, la veo, pero es el reloj de la iglesia.

Y sonó la una repetida tres veces. Era hora de acostarse y pensar en volver al oculista.

jueves, 15 de noviembre de 2007

EL HIPNOTIZADOR

En una sala de fiestas, el hipnotizador pedía voluntarios para demostrar que podía penetrar en la mente de los hombres y cambiarla a su capricho. Según sus palabras, cualquiera que estuviera bajo su influjo mágico, perdería su voluntad y sería su esclavo mientras durara el espectáculo.

Antes de ir, me había informado en la Wikipedia y sabía que era imposible hipnotizar a quien no quisiera, por lo tanto, yo era la persona indicada para salir a escena y arruinar el espectáculo de “Simón Gaitas” el sofrólogo más poderoso del mundo.

A mí, la palabra sofrólogo, de esdrújula fonética y vocales neumáticas, quizás debido al hambre, se me asemejaba a un plato combinado donde las oes en forma de albóngidas se acompañaban del bacon frito de la s, las patatas de la f, la salchicha de la l y la chuletilla de la g. También me recordaba a otras similares como tocólogo o proctólogo, ambas de gran poder curativo pero en la medida de posible, a evitar. Sin embargo, mis conocimientos del tema y la ausencia de dolor del método aplicado, hacían que nada me inquietara y me apresté a levantar la mano y acudí al escenario sonriente, tal vez desafiante.

Después de las preguntas de rigor donde mentí como un malandrín sobre mi nombre, edad y profesión, tomó un colgante con una piedra roja parecida a un rubí y lo puso delante de mis ojos instándome a mirarlo fijamente. Comenzó a hablar con voz grave de tenor tuberculoso intentando desviar mi atención a su estúpida charla y acercó el medallón hasta que de un amuleto, surgieron misteriosamente dos. La proximidad del objeto y mi tendencia a bizquear me jugaron una mala pasada porque iba preparado para soportar la imagen subyugadora de un solo talismán. Empezaba a notar somnolencia pero debía resistir, estilo requeté, costara lo que costara.

- Te pesa la cabeza, se te cierran los ojos, quieres dormir plácidamente..
- ¡Que no, leñe! Que no me pesa nada. Si se me cierran los ojos es porque veo que me vas a saltar uno con la gaita que me has puesto delante.

Escuchaba a la gente reir a carcajadas, especialmente a mi amigo Eufronio que estaba en primera fila detrás de una montaña de huesos de aceituna.

- Todo te parece oscuro, todo da vueltas, cuando chasque los dedos caerás en un sueño muy profundo……. ¡Chas!
- ¡ Como no me hagas una tortilla de valium! Jeje.

El público se mofaba y Simón empezaba a estar muy enfadado. Quitó el amuleto, me cogió la cabeza con sus manos, como si estuviera catando un melón y conjuró: ¿Quo usque tandem abutere gilipuertas patientia mea?
No entendí el mensaje pero por la entonación colérica, me pareció clavadito a Cicerón.


El resultado fue fulminante. A partir de ahí no recuerdo nada, pero según me contó Eufro, hice un ridículo espantoso. Me proyectó en la mente la imagen desnuda de una bella modelo y me colocó de perfil con los patalones bajados para que se viera mi erección, me hizo graznar como una urraca, aullé como un lobo en celo, imité con gran profesionalidad a Marujita Díaz haciendo ojillos y me despidió dándome una orden al oído, que cumpliría después de despertar.

De aquella experiencia apenas recuerdo algo. Solo tengo clara una cosa, la hipnosis no es tan eficaz como se supone. Por las noches se me proyecta la imagen voluptuosa de la modelo en cueros y no la necesito para elevar mi espíritu, por lo que he incorporado otra palabra esdrújula y ovoide a mi vocabulario: monólogo, más exactamente, manólogo, diría yo.

Ah y un pequeño inconveniente. Cuando cruzo un semáforo cacareo como una gallina clueca, muevo los brazos como si bailara los pajaritos y picoteo a los viandantes que huyen despavoridos. Debe ser que me faltan vitaminas.

martes, 13 de noviembre de 2007

LA PERLA

Hace un tiempo, decidí sin estar en mi sano juicio, empezar un relato de extensión indefinida y que llegaría hasta donde pudiera. Podría ser algo breve de 10 páginas, quizás 30, en fin hasta donde alcancen mis meninges. Me apetecía algo lujoso pero no banal. Finanzas, cosas caras que he tenido la suerte de probar, o no, y seducción. Estructuré muy brevemente la trama, cogí mi Toshiba Quosmio, aunque en realidad es un "The Goat" bastante antiguo, y escribí 2 páginas de comienzo y la última, quizás para que no se me olvidara.

No estoy convencido de la conveniencia de hacer esto, y por supuesto no lo publicaré en este blog. Solo esta pequeña muestra para saber si os parece interesante y merece la pena seguir.

No quiero peloteos de ¡Está chachi! Estoy preparado para recibir críticas porque si no me hubiera criticado yo previamente no os pediría opinión.

Por supuesto, las referencias son todas reales. No encontraréis ningun producto, marca o sitio que no exista.


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LA PERLA


Me habían invitado a una recepción en la embajada Alemana de Madrid. Sinceramente, no pensaba acudir. No me gustan esas reuniones donde conoces a aburridos personajes cuyo nombre olvidas al momento y la elegancia con la que visten se diluye al mismo tiempo que caduca el plazo de alquiler de la vestimenta. Solo una llamada de Enrique Lacorte, actual agregado comercial en Chicago y buen amigo confirmándome su asistencia y rogándome que fuera pues tenía algo importante para mi, me impulsó a ir.


En un lugar donde el uniforme habitual es el smoking para los caballeros y el vestido clásico de fiesta para las señoras, optar por un traje elegante, si bien no es siempre bien visto por la pedante y clasista muchedumbre de los cargos oficiales, me da un toque de atrevimiento y diferenciación y lo llevo sin ningún pudor porque a mi me invitan exclusivamente por mi posición económica. Revisé mi guardarropa y elegí para la ocasión uno clásico con fina raya diplomática de pura lana virgen cortado y cosido por mis sastres Londinenses Gives & Hawkes.


Llegué a la embajada y di orden a mi conductor que no se alejara demasiado porque presuponía una visita breve.

Una vez dentro y cuando tenía en la mano una copa de champagne, me vió el Embajador Bruckner que acudió a saludarme. Solo me dio un cordial abrazo y unas breves palabras de bienvenida porque la sala se llenaba y tenía muchos compromisos a los que atender. El discurso de apertura había comenzado hacía diez minutos y parecía que no iba a terminar nunca. Apuré mi copa y me disponía a avisar al chofer para que me recogiera cuando noté una palmada en la espalda y un saludo efusivo de mi amigo Enrique. Nos dimos la mano con esa firmeza justa, mi blanda como si acariciaras una lubina, ni tan vigorosa que te incomode la presión. Era una apretón sincero, de amigos desde la infancia. Charlamos amigablemente durante unos minutos y llegada una pausa en la conversación le pregunté por eso tan importante que me tenía que decir.


- Hay una dama que quiere conocerte.
- Me intrigas, Enrique. ¿Qué tipo de dama? ¿Acaso una señora mayor de alta alcurnia que quiere casarme con una de sus hijas solteras?
- No. Es una señora respetable, al menos diez años más joven que tu y de una belleza turbadora.
- ¿ Y porqué crees que me quiere conocer?
- Si crees que es por tu dinero, te equivocas. Su economía es tan sólida o más que la tuya. No te puedo adelantar más. Espera unos minutos y la conocerás. Debe estar a punto de llegar.
- Esperemos, me tienes es ascuas.

Optamos por ir a la zona donde pudiéramos comer algo ligero y probar uno de los magníficos vinos blancos alemanes que los asesores seleccionaban para estas ocasiones. Opté por uno blanco y seco, un Riesling Trocken de 2003 que degusté con verdadero deleite. Los germanos, aunque frecuentemente tengan que chaptalizar el vino con azúcar para conseguir un grado alcohólico que no consiguen sus vides por las bajas temperaturas y la humedad del lugar, aplican tan perfectamente la técnica que el resultado suele ser redondo.

Ví sorprendido una botella de Zind-Humbrecht Gewürztraminer Alsace del 2004, siempre bien colocado en el top 100 de Wines Spectator y para mí una obra de arte. Enseguida comprendí porqué Adolf Bruckner está considerado como el rey de la diplomacia europea. Las relaciones entre los dos países más importantes de Europa deben estar afinadas igual que un piano de concierto . Alsacia linda con Alemania, por eso, servir un vino francés denota un toque de complicidad con su colega, pero dejaba claro que era solo un detalle de cortesía, al ser de una variedad de uva y un nombre rotundamente alemanes.

Pasaban los minutos y empezaba a impacientarme. Lacorte seguía sin contarme más y eso me ponía en una situación incómoda. ¿Quién diablos sería aquella mujer que mostraba interés por mi y llevaba un retraso de más de una hora?

Decidí marcharme. Me excusé con Enrique y anduve despacio hasta la mitad del salón cuando vi que muchas cabezas miraban a la puerta de entrada. Llegaba una mujer joven, posiblemente no llegara a los treinta, elegantísima, con su pelo recogido sobre la nuca y unos pendientes refulgentes que iluminaban su rostro oval de suaves facciones y unos ojos negros como la antracita, de mirada tan profunda que parecían absorber la luz de su contorno, como dos agujeros negros en la luz del espacio.

Nadie se movió del sitio porque nadie parecía conocerla. Solo mi amigo Lacorte se acercó veloz, le cogió la mano e inclinó su cuerpo para hacer el besamanos. La verdad es que me encontraba algo alterado. Es curioso, hacia años que no me sucedía ni en las negociaciones más exigentes. Tal como parecía, era la dama que estaba interesada en conocerme.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

ESOS PEQUEÑOS VICIOS SIN IMPORTANCIA

Desde que salí del trullo mi vida no ha ido bien. La verdad es que la condena no fue excesiva, dos años, pero multiplicados por siete delitos me cayeron catorce y un día que, por buena conducta, trabajar limpiando retretes y pelotear a los guripas, todo quedó en ventisiete meses al abrigo del estado, que me acogió como a un hijo, de puta, que es lo que era.

Allí me reformé, tuve acceso a una buena educación, con especial énfasis en falsificaciones y tramas financieras de blanqueo de capitales y salí dispuesto a reincorporarme a la sociedad como hombre de provecho.

Una vez en la calle dediqué todo mi tiempo a investigar los métodos de trabajo de la mafia albaceteña y llegué a la conclusión de que debería ser un negocio sin sangre, porque si se derramaba, habría perdido a un cliente y no era cuestión de eliminar activos en el startup de un bisnes de primera.

La idea era simple, pero eficaz y lucrativa. Una empleada de muy buen ver tropezaba con los agentes de aparcamiento regulado y les colocaba un minúsculo GPS que vía GSM, WAP o 3G emitía una señal helicoidal de baja frecuencia (No superior a 3 Mhz) que se recepcionaba en un PDA o SMARTPHONE que el cliente me había alquilado por horas y le indicaba la posición exacta del individuo a través de cartografía T.ATLAS de NAVTEQ y podía llegar a tiempo de cambiar el ticket y se ahorraba la multa.

El negocio creció como la espuma y los beneficios de color los desviaba a través de un denso entramado de empresas a una cuenta de las islas Poorme del pacífico sur. Al cabo de un tiempo abandoné el negocio porque el dichoso banco, de tan secreto, no proporcionaba tarjetas de crédito y tenía que coger cuatro aviones cuando necesitaba money para los gastos de bolsillo.

Desocupado y ocioso, pasé varios años dilapidando mis ahorros, pero mi vida se tornó de un color violeta, como de semana santa , y deprimido busqué consuelo en el profundo mundo de la psiquiatría.

Me informé convenientemente porque en los últimos meses, mis pequeños vicios habían crecido hasta alcanzar el tamaño de un gorrino capón de los que se utilizan para hacer chorizos en Cantimpalos y aquí me encuentro, en la consulta para averiguar si lo mío tiene remedio.

- Tengo una cita con la Psiquiatra Marita Memata.
- Pase, que le está esperando.

En contra de lo que creía no encontré ningún diván donde acostarme y lejos de tranquilizarme, me pareció una grosería que por ciento cincuenta euros que me costaba la sesión, no pudiera, al menos, echar una cabezadita.


- Vd. dirá. ¿Cuál es su problema?
- Que soy adicto al chocolate.
- ¿De fumar?
- No, de comer.
- ¿Y, cuanto consume al día?
- Seis o siete.
- No creo que se pueda considerar un problema grave comer siete pastillas de chocolate al día, pero tiene que controlar la glucosa en sangre.
- Tabletas, seis o siete tabletas de Nestle extrafino, con decirle que se las compro directamente a fábrica.
- Bulímia compulsiva. Lo más probable es que haya que indagar un poco en su pasado. ¿Ha sufrido alguna otra adicción?
- Pues le enumero. Con dieciocho años empecé a beber y a los treinta tenía el hígado fuagrás. Me dijo el médico que una copa más y evitara la incineración porque iba a costar un dineral.
- Alcoholismo. Siga, por favor.
- Dejé el alcohol y me encontraba vacío, sobre todo de dinero y empecé a robar a manos llenas. Nada era suficiente, porque mangar me producía un gran placer y al mismo tiempo era necesario ya que me lo gastaba todo en las tragaperras y el bingo.
- Cleptomanía y ludopatía. ¿Cómo consiguó dejarlo?
- Señora, yo nunca dejo mis vicios, son ellos los que me dejan a mi. En este caso, la cárcel no es un sitio muy recomendable para apropiarse de lo ajeno y le aseguro que en el patio no hay maquinitas. Luego, con el aburrimiento comencé a fumar y al cabo de unos meses me soplaba cuatro cajetillas de ducados.
- Tabaquismo. Vaya carrerón que lleva, amigo.
- Tuve una neumonía que casi me lleva al huerto y dejé el tabaco, y como lo echaba de menos, empecé a fumar algunos porritos , les cojí el tranquillo y al final estaba colocado todo el santo día. No fumaba tabaco, pero la sensación era, digamos, más tranquilizadora. Como estar en un prado verde, siendo vaca, rumiando y durmiendo. Lo que se llama, tener una vida muelle donde vas del colchón al sillón sin más preocupación.
- También toxicomanía. ¿Qué tipo de cannabis fumaba, sátiva o índica?
- Marijuana con hortalizas. Florencio, el que cultivaba la huerta, tenía escondidas unas plantitas y cuando las secaba, las mezclaba con un poco de repollo y eso echaba tal peste que además de disimular el olor característico, ni los guardias te querían a su lado. Un gran invento el de Florencio.
- ¿Algún otro vicio inconfesable?
- Probé la cocaína, pero lo dejé al poco tiempo porque un día me sorprendí esnifando la harina de almortas con la que hacía las gachas y eso me producía grumos en la pituitaria. Fue entonces cuando la conocí y me enganché al sexo.
- ¿Conoció a quién?
- A Purita, una prostituta vocacional que me llevó por el mal camino. En su afán por conseguir clientes vendía un bonosexo de diez servicios, como el bonometro, con un descuento importante. Al principio me duraba una semana, pero con el paso del tiempo, gastaba uno diario.
- ¿Hacía el amor diez veces al día?. No me lo creo, es un fantasma.
- Disculpe, es que debe ser una reminiscencia de la época en que mentía compulsivamente. Al final, conseguí reformarme por desgaste.
- Por desgaste de energía, supongo.
- No, por desgaste de miembro, de tanto usarlo. A partir de ese momento empecé a tomar chocolate, y aquí me tiene, uno sesenta y ciento veinte kilos.
- Bien, lo primero vamos a reducir esa ansiedad tomando unos ansiolíticos. Una pastilla por la mañana y otra por la noche. Tiene para un mes. Antes de ese tiempo, pida hora y veremos como evoluciona. Por favor, llámeme si nota algún síntoma adverso.

Pasaron tres días y llamé a la Psiquiatra.

- ¿Doctora Memata? Soy Aberlado Pichardo, que he dejado el chocolate, pero quería pasar por su consulta a ver si me daba unas cuantas cajas de esas pastillitas tan buenas..

sábado, 3 de noviembre de 2007

CUARTO A

Hace unos años, decidí dejar mi pequeña ciudad y venir a Madrid para encontrar un trabajo que cambiase el color rojo de mi cuenta corriente por otro, a poder ser negro y descubrir ese mundo anhelado de libertad fuera de las aburridas sesiones de bar, mus, cine de segunda y calenturas abogadas al desahogo personal.

Pasé un tiempo de alquiler en casa compartida chupando de pechos paternos, cuando se presentó una ocasión para adquirir una vivienda barata que hiciera del sistemático pago mensual a fondo perdido, una especie de inversión que molestara menos a mis padres, pues al menos tendrían una propiedad además de un hijo mamón.

El dueño del piso era un alto funcionario cuyo padre se había desplazado en Navidades a visitar a su hijo y allí, lejos de su casa, cayó gravemente enfermo y posteriormente falleció. Fue años después cuando supe de la situación y hablé con él para negociar una cantidad por la compra de su pequeño apartamento. Acordamos un precio pero siempre se negó a que pudiéramos visitarlo antes de la firma y aseguró que su ventajoso precio tenía esa condición. Él jamás volvió a entrar en esa casa y no deseaba que nadie lo hiciera hasta que el notario diera fe de que ya no era suyo.

Una vez efectuado el pago , se nos entregaron las llaves y cogí un autobús que me llevó a mi nueva pero vieja guarida. Abrí el portal de un edificio antiguo de la zona centro, de esos que mezclan el olor a humedad de las vigas de madera con el moderno y antiestético aluminio de la puerta que sustituía sin duda a un viejo portón de noble madera, carcomido de termitas y vencido por los goznes que suplicaba una merecida jubilación de leña. Subí cuatro pisos de roble quejica y sintasol gastado y busqué la letra A, hasta que di con ella y noté que tenía el corazón acelerado, no se si por la emoción o por las ochenta escaleras que había subido de dos en dos.

Tosí un par de veces, metí la llave en su sitio y la giré dos vueltas completas hasta que se abrió la puerta y pude acceder a mi nuevo refugio de libertad condicionada por lo escaso del efectivo, pero libertad al fin. Antes de dar el primer paso, recordé la extraña petición del antiguo propietario de no poder ver la casa antes de comprarla y algo en mi interior me advirtió de que fuera cauteloso y estuviera preparado para afrontar una gran desilusión o una pequeña catástrofe.

El preliminar vistazo me produjo la misma sensación que la primera vez que monté en el tren de la bruja, un gran congojo, pero esta vez la escoba con que el disfrazado pretendía atizarme me habría de valer para barrer tanto polvo acumulado. Encontré primero una cocina pequeña con vistas al patio donde se apretaban un calentador de pared de marca desconocida, una pila herrumbrosa llena de vasos sucios y una pequeña encimera donde reposaban diversos medicamentos listos para tragar, esperando al enfermo que nunca volvió. Enfrente, una despensa con nevera coja y una estantería con platos y fuentes de la que colgaba en su cuerdecita roja y blanca una ristra de tres chorizos arrugados y secos, tal vez fueran morcillas, que tenían el aspecto de haber sido reducidos a la mínima expresión, como las cabezas de los jíbaros.

Una especie de vestidor con un armario empotrado medio abierto, lleno de ropas y mantas en un revoltijo descomunal, daba a su derecha, paso a un saloncito luminoso y hortera desde el que se entraba a una alcoba ciega que ventilaba con un ventanuco que daba al pasillo. Tenía una cama de matrimonio sin hacer en la que se veía un pijama de color verdusco y debajo asomaban unas zapatillas dispuestas para calzar y salir pitando a tomar un carajillo con el que aliviar la primera impresión, pero faltaba una alcoba.

La puerta estaba cerrada con llave, algo extraño para una persona que vivía sola. Busqué entre el manojo que me habían dado y encontré una que podría servir. Funcionó. Aquello estaba totalmente a oscuras y no había tenido ocasión de dar de alta la electricidad. La luz que entraba de la puerta solo iluminaba lo que imaginé una mesa de despacho con sillón de cuero viejo. Decidí levantar la persiana y pasé a tientas tanteando con la mano para no tropezar, cuando lo toqué. ¿Qué podría ser aquello tan extraño? Al tacto no se parecía a nada que hubiera tentado antes. Era grande y se sujetaba en una sola columna labrada de donde nacían unas bandas paralelas que se asemejaban a las teclas de un piano gigante, con bastante espacio entre ellas. Subí la mano poco a poco y palpé algo liso y esférico en donde había dos oquedades que albergaron mis dedos décimas de segundo.

Sentí un escalofrío y grité de terror mientras salía despavorido de esa maldita habitación y cuando llegué al rellano de la escalera bajé los peldaños tan deprisa como pude, quizás de tres en tres hasta que llegué al portal y respiré profundamente. Ya, en un bar cercano, estaba poniendo orden en mis latidos cuando sonó el teléfono. Era el antiguo dueño.

- Onofre, perdona que te moleste pero olvidé contarte que en el despacho de mi padre, que era médico, hay un esqueleto.

- ¿Pues sabes que te digo?, que me cago en tu calavera.